COLOMBIA EN MI CORAZON

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Location: Instituto de Ciencias de la Tierra, Universidad Austral de Chile - Casilla 567 - Valdivia, Chile

Sunday, November 19, 2006






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Saturday, November 18, 2006


COLOMBIA EN MI CORAZÓN


A mediados de los años 90 viajé en dos oportunidades a Colombia con el propósito de participar en cursos intensivos de postgrado, dictados por el CIAF, Centro de Investigación y Desarrollo en Información Geográfica (dependiente del Instituto Geográfico “Agustín Codazzi”) de Santa Fe de Bogotá. Antes del primer viaje, mis conocimientos acerca de Colombia se restringían a lo que como profesional de la Geografía podía saber, complementado (¿contaminado?) con la siempre sesgada, parcial, muchas veces tendenciosa y subjetiva información que provenía de los medios de comunicación.

Por lo tanto, hice ese primer viaje con la sensación de llegar a un país que geográficamente tenía muchas cosas interesantes que mostrarme, pero con una dosis de incertidumbre sembrada por las noticias que de allá provenían. Viajaba a un país que en ese entonces estaba ya estigmatizado (narcotráfico, guerrilla, violencia, etc.), gracias al conocido hecho que en la sociedad actual sólo las noticias negativas “venden”, y para el común de la gente en Chile, Colombia era por entonces (y en parte aún lo sigue siendo) un país al que no valía la pena viajar, y que incluso según varios colegas universitarios no tenía profesionalmente nada que ofrecerme.

No obstante, esas actitudes y posturas que se originan en la ignorancia y la subjetividad y que manifiestan una soberbia y arrogancia ridículas, estuvieron muy lejos de alcanzarme. La disposición con la que llegué fue de aprender y aprehender todo cuanto estuviera a mi alcance en los meses futuros.

No viajé en calidad de turista, pero conocí muchos lugares turísticos. Fui a estudiar y me faltó tiempo para adquirir todos los conocimientos que en abundancia se ponían a mi disposición.

Tan buena y grata fue impresión que me causó esa primera experiencia, que no dudé ni un instante en continuar estudios de perfeccionamiento en Colombia. Esa primera estadía de perfeccionamiento fue posible gracias a dos becas: una del Instituto Geográfico "Agustín Codazzi", Subdirección de Docencia e Investigación (Ministerio de Hacienda y Crédito Público, REPUBLICA DE COLOMBIA) y otra del D.S.O. (Programa de Ayuda Directa a Institutos de Países en Desarrollo, del Gobierno de HOLANDA. Antes de cumplirse dos años de mi primera estadía gané una beca de la O. E. A. que me permitió asistir a un nuevo curso en el C.I.A.F. de Santa Fé de Bogotá

Desde entonces, y diariamente gracias a la Internet, estoy informándome del acontecer cotidiano en Colombia, en comunicación permanente con los entrañables amigos que allá hice, e invariablemente interesado en todo cuanto tiene que ver con esa tierra a la que tanto quiero. En el año 2006 pude finalmente regresar, después de más de un decenio de ausencia, para renovar y energizar mis sentimientos de afecto y mi compromiso de contribuir a mostrar lo que Colombia es en verdad.

A partir de ese emocionante retorno, y ahora por poderosas motivaciones personales que se añaden a las razones originales, he viajado con frecuencia a Colombia para sumergirme en la dicha del reencuentro con la felicidad.

Colombia es una tierra de geografía esplendorosa y exuberante, que se ofrece generosa y con afecto a quienes deseen recorrerla con la mente y el corazón abiertos y libres de prejuicios.

A veces he buscado afanosamente poder describir la geografía colombiana con un solo adjetivo. Y muchas palabras acuden simultáneamente a cumplir ese propósito. De todas ellas, la que más se aproxima a mis experiencias en esa tierra es: ........... “fascinante” !!!


Cuando alguien me pregunta por qué quiero tanto a Colombia, me resultaría extremadamente fácil señalar una larga lista de argumentos de tipo “geográfico” materializados, por ejemplo, en los fantásticos paisajes observables en las diversas regiones de Colombia. Y podría también fácilmente demostrarlo mediante imágenes, recurriendo a los cientos de fotografías que tomé de variados aspectos de la geografía colombiana. Y muchas veces así lo hago, pero sólo como una introducción a otro tipo de razones, relacionadas más bien con experiencias cotidianas, con sentimientos y sensaciones que experimenté durante el tiempo que viví en ese país. Por eso, y por lo que he vivido en el tiempo posterior a esos primeros encuentros con esa tierra mágica, puedo decir que los argumentos tienen profundas raíces en el corazón.

Este escrito tiene como objetivo ayudar a difundir la verdadera imagen de Colombia. No la que internacionalmente se conoce a través de la prensa, sino la que viven a diario los más de 45 millones de colombianos, la que yo a mucha honra disfruté durante mis dos estadías para estudios de postgrado y en los más breves pero igualmente felices viajes posteriores. Es una modesta retribución al inmenso afecto con el que siempre me han acogido durante el tiempo que he vivido en esa bella tierra. Como siempre lo he señalado a quienes han escuchado mis opiniones sobre Colombia, yo quisiera que todo extranjero que visite mi país al regresar al suyo pueda hacerlo con los mismos sentimientos con los que yo regreso a Chile. Esos viajeros serían nuestros mejores embajadores.

Cuando alguien hace un comentario sobre Colombia, cargado exclusivamente de palabras de connotación negativa como “droga”, “cocaína”, “narcotráfico”, “guerrilla”, ”secuestro”, “inseguridad”, etc., no hace otra cosa que demostrar una extrema ignorancia. Precisamente pensando en el enorme abismo que existe entre esa visión sesgada, subjetiva y prejuiciada y la experiencia directa, objetiva y profunda adquirida durante el tiempo que he vivido en Colombia, es que he preparado esta contribución para mostrar el verdadero rostro de ese entrañable país. Alguna vez pensé en llamarla “La otra Colombia”, pero creo que es más justo y real denominarla “La verdadera Colombia”; aquella que persiste a pesar de los problemas y la estigmatización, aquella que conocí y aprendí a querer en la forma profunda y sincera con que lo hago.

Finalmente, y aunque no sea más que para quedar tranquilo con mi conciencia, he aquí un testimonio de mi experiencia, ya que nadie sabe cuán profundo y cuán bellamente se instaló Colombia en mi corazón.


Prof. Carlos Rojas Hoppe
Universidad Austral de Chile

Valdivia, Chile, julio de 2008



LA IMAGEN DE COLOMBIA

Gran parte de la información negativa sobre Colombia es cortesía de la Prensa. Después de todo, las noticias negativas “venden” más que las positivas. Así, nunca faltan informaciones sobre captura de narcotraficantes, asesinatos, secuestros, explosiones de coches bomba, enfrentamientos entre el ejército y la guerrilla, entre otras. Pero muchos menos frecuentemente se tiene la posibilidad de conocer noticias sobre los múltiples y numerosos aspectos positivos de Colombia. Si bien los informes negativos suelen ser verdaderos, tienden a distorsionar la imagen internacional del país.

Los colombianos están conscientes que a pesar de sus crecientes esfuerzos e inmensos logros, todavía en muchas partes su imagen internacional es de violencia desatada, con personas disparando en las calles, asaltando tiendas y asesinando víctimas en cada esquina. Algo así como las imágenes proyectadas en la película “La virgen de los sicarios”, multiplicadas y repetidas en todas las ciudades y barrios de Colombia, todos los días y a cada instante. Pero esa no es exactamente la realidad que encuentra quien visita al país y recorre esa tierra maravillosa.

La verdad es que la inmensa mayoría de los colombianos vive una vida pacífica y normal. Ellos trabajan ocho horas diarias, disfrutan con sus familias en sus hogares, salen a comer a restaurantes, van al cine, acuden a recitales de música, llevan a los niños a parques y centros de diversión, van de compras, llenan los estadios de fútbol y tienen muchas otras actividades y distracciones sanas y alegres. Los fines de semana miles de habitantes de las ciudades grandes viajan a centros vacacionales ubicados en zonas de clima templado y paisajes realmente hermosos.
¡ Los colombianos y colombianas son personas cultas, alegres y positivas !

Los colombianos están concientes que su país no es perfecto (¿acaso alguno lo es?). Ellos desean de todo corazón erradicar de las ciudades el crimen y otras amenazas, terminar con la violencia entre la guerrilla, los grupos paramilitares y el ejército, y convertir al narcotráfico en parte de la historia más que del futuro. Al visitar el país, sólo quienes lo hacen con los sentidos atrofiados y no se dan el tiempo para compartir verdaderamente con los colombianos y colombianas, son capaces de no darse cuenta de eso.

Para alguien como yo, que vivió en Colombia no como un turista ni como un observador subjetivo y prejuiciado, y que interactuó con profesionales, estudiantes universitarios, funcionarios de entidades gubernamentales y ciudadanos comunes y corrientes, esa imagen internacional es inaceptable. Y lo menos que puedo hacer es contribuir a difundir la verdad.


POR ESTAS RAZONES QUIERO A COLOMBIA:

¡Tengo cientos de razones para querer a Colombia! La siguiente extensa relación no está necesariamente en estricto orden de importancia, sino en el orden en que las razones fueron apareciendo en mi mente cuando me puse a pensar en ellas.

Quiero a Colombia porque gracias a las enriquecedoras y múltiples experiencias cuando viajé a Bogotá a obtener una especialización profesional, mi vida personal tuvo un pancromático “antes” y un multicolor “después” de conocerla. ¡Porque allá he sanado profundas y dolorosas heridas, y siempre he regresado a Chile fortalecido y con mi corazón agradecido! Por el impulso que significó en mi carrera como geógrafo el haber estudiado en el Instituto Geográfico Agustín Codazzi.

Quiero a Colombia por los buenos amigos que tengo allá. Por la cautivante amabilidad y hospitalidad de los colombianos. Por la singular y exquisita fragancia que se siente en tierra caliente cuando se viaja por carretera. Por la variedad de acentos que pueden escucharse en las diferentes regiones, y que hacen gratísimo el hablar con los colombianos….Por la avena helada que conocí en Ibagué y Espinal. Por aquella reparadora siesta en hamaca después de los exámenes finales de mi primera estadía de especialización. Por los inigualables jugos de lulo, pitahaya, maracuyá, freijoa, curuba, borojó, papaya, mango, piña, uchuva, guanábana, zapote, guayaba, patilla.... Por el arroz con coco. Porque allá se toma el mejor café del mundo….. Por el espectacular Museo del Oro en la capital. Porque Santa Fe de Bogotá está verdaderamente 2600 metros más cerca de las estrellas. Por los dos cálidos mares que bañan sus costas y que he tenido la suerte de conocer. Por los impresionantes paisajes en sus variadas regiones. Por la frescura del verde de las montañas cuando pasa la lluvia. Por esas nubes grandes y blancas como algodón que miran a Bogotá desde las alturas…. Por jugar tejo en una finca de La Calera. Por ese suave y relajante velo que la bruma imprime a la dorada luminosidad de las mañanas sabaneras. Por el colorido de las artesanías de Ráquira. Por la especial arquitectura en ladrillo a la vista en tantas ciudades de Colombia, hecha con buen gusto y finas terminaciones. Por la impresionante Catedral de sal de Zipaquirá....única en el mundo. Por la no menos bella mina de sal en Nemocón. Por las tres cordilleras andinas. Por la reconfortante taza de chocolate santafereño en mis desayunos de estudiante. Por el paseo en “Chiva” por la ciudad amurallada y el viaje a las islas del Rosario con mis queridos amigos Mauricio Giambastiani e Isabel en Cartagena de Indias, la “ciudad heroica”. Por el Vallenato, la Cumbia, el Bunde, el Bambuco, el Torbellino, la Guabina, la música Llanera…...
Por esas expresiones tan genuinamente colombianas: “A la orden”…. "Eh, Avemaría", “¿Qué más?”, “¿Entonces qué?” , “…es que” ……”¡Qué pena con usted!”. Por el espectacular, eficiente y ejemplar Transmilenio de Bogotá. Por el Metro de Medellín. Por las achiras, las obleas y el arequipe. Porque la gente te mira a la cara cuando caminas por la calle. Por las fragancias de las frutas y de las flores…. Porque cuando uno va al campo, la gente que pasa por ahí te saluda con un: “¡¡Bueeenas!!”………. Porque siempre habrá alguien que te ayudará a encontrar una dirección. Por el clásico saludo: “¿Cómo me le va…?” del siempre atento concesionario del Casino de COMFENALCO en la Carrera 30 (1994). Por los chistes pastusos. Por la Feria de las Flores y por caminar por el paseo Junín en Medellín. Por la riquísima cultura de los pueblos originarios de la “Nueva Granada”. Por las islas del Rosario. Por poder bañarse entre palmeras y arenas claras en las turquesas aguas de Barú. Por las serenatas de Mariachis o Vallenatos que conocí en Bogotá. Por la cerveza Costeña, la Águila, la Club Colombia, la Cristal Oro…….. Por el Ron Viejo de Caldas. Por los cautivantes paisajes entre Mariquita y Manizales, entre Honda e Ibagué, entre Popayán y Pasto. Por lo educados y cultos que son los colombianos en todos y cada uno de sus departamentos.

Quiero a Colombia por sus lindas ciudades. Por las luminosas mañanas en las bellísimas albas calles coloniales de Popayán. Por la limpia y fresca hermosura de Pasto, en los faldeos del inquieto volcán Galeras y en medio del verdor reconfortante del paisaje nariñense. Por la magia que lo invade a uno al caminar bajo los balcones floridos por las angostas y coloridas calles de la ciudad amurallada de Cartagena de Indias. Por todos los kilómetros que he caminado por las calles de Bogotá, perennemente seducido por su arquitectura, por sus parques y por ese aire señorial y culto que lo empapa todo pese a la imparable modernidad. Por la energizante alegría y la calidez humana que se respira en Cali, donde encontré un cielo azul y lindo.
Quiero a Colombia por haber podido contemplar esos atardeceres con fascinantes arreboles en las playas del Pacífico. Por la enajenante belleza de la costa en Buenaventura, bahía Málaga, Juanchaco y Ladrilleros. Por haber quedado sin aliento al atisbar la inmensidad y el incontrarrestable magnetismo de los cañones de los ríos Chicamocha y Patía. Quiero también a Colombia por tantas montañas, valles, costas, llanuras, pueblitos y ciudades que tengo todavía por conocer. ¡Y quiera Dios que me alcance la vida para lograrlo!

Por su hospitalidad generosa, su amistad, por las largas y fructíferas conversaciones con Lucila Gómez; y por lo mucho que ella me ayudó en la vida con sus sabios consejos. Por los desayunos y las historias divertidas de Raquel (¡¡¡ por los irrepetibles “huevos pericos” y el tazón de chocolate caliente que me preparaba cada mañana !!!!!!!). Por mi amigo Giovanny Daza y su hijita. Por mi otro buen amigo, Miguel Ángel Cuadros, “El Gran Paisa” y sus graciosas expresiones: ….”Es pura falta de descuido”…..”El error está en la falla”… “El caso está en el hecho”….. Por la distinguida, hospitalaria y afectuosa familia de don Renán Leguizamón, de Santa Fe de Bogotá. Por “Pepe” y Juan Andrés Leguizamón Véliz. Por Rubiela, por Andrés Fernando Rubio, por Adiela Martínez, por Luz Elena Molina, por Juan Delgado. Por mi inolvidable amigo Joselito Muñoz Murcia, todo un ejemplo de un profesional colombiano esforzado, sacrificado y sin embargo con una inmensa alegría de vivir. Por Evy Jaramillo y por mis profesores del CIAF (IGAC- Santa Fe de Bogotá).

Porque Colombia se lleva en la sangre y en el alma. Por los colombianos y las colombianas... por ustedes, que llevan consigo todas estas cosas y muchas más. Porque son el mejor producto de ese país y le demuestran al mundo todos los días que por cada criminal hay millones de colombianos que trabajan, estudian y se esfuerzan por progresar y por sacar adelante a Colombia …..

¡¡¡¡¡¡ POR ESTO Y MUCHO MÁS, YO QUIERO A COLOMBIA !!!!!!!!!
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UN VIAJE A MANIZALES CON MIS ILUSTRES AMIGOS

La ciudad de Manizales (en el flanco occidental de la Cordillera Central de Colombia, Departamento de Caldas, a 2.150 m s.n.m.) era el destino para un trabajo de campo a realizar como parte de uno de los cursos sobre Amenazas Naturales en el Instituto Geográfico “Agustín Codazzi” (IGAC) de Santa Fe de Bogotá. El trayecto más grato de ese viaje, con un cambio desde el clima frío al cálido (“Tierra Caliente”) es el que nos llevó desde Bogotá hasta Honda, cuando a partir de Sasaima la vista, el olfato y el oído se estimulaban al máximo.

¡Qué dulces perfumes traía el viento! ¡Qué sonidos y melodías cautivantes en el ambiente! ¡Qué explosión fantástica de verdes y marrones! ¡¡¡ Y esas nubes….¡¡ Soberbias….!!!!!!

Albán, Villeta, Guaduas…… qué delicia de lugares!! Un viaje soñado por esa carretera que, cual tobogán, serpentea descendiendo hacia el Magdalena. Visiones embriagantes aquellas que insinuaban la proximidad del gran río. El divisar sus meandros desde lo alto fue la imborrable presentación entre este geógrafo y el legendario río.

¡¡Qué plácido es el paisaje en los alrededores de Mariquita: esos palmares en tierras planas eran una invitación al descanso y a la ensoñación!! ……... ¡¡Realmente cautivante!!

Pocos cambios de paisaje he disfrutado en forma tan intensa como los que se suceden gradualmente al ascender desde Mariquita hacia el Páramo de Letras.

Asomé la cabeza por la ventanilla del Jeep, cerré los ojos, respiré profundo y pude sentir esos aromas suavemente dulces que llegaban hasta mí…… …… A pesar de las muchas fotografías y diapositivas que tomé esa tarde, ellas no logran reflejar totalmente la belleza del paisaje. Dentro del vehículo, los buenos e inolvidables amigos mantenían un gratísimo y permanente ambiente de alegría y risas. Y al rato, ya por Fresno o Herveo, comenzó nuevamente a refrescar el aire y temperaturas más familiares parecían trasladarme a tierras australes. Pero la espectacularidad del paisaje, donde jamás se igualaban los tonos de verde, y donde lo quebrado del relieve no daba tregua al interés por contemplarlo todo, por entenderlo todo, sin que escapara detalle alguno, me hacían permanecer expectante ante lo que me esperaba tras la próxima curva cerrada.

Giovanny Daza, el más inseparable, colaborador, integrador y buen anfitrión entre todos los compañeros colombianos del curso, prodigaba generoso su amistad y nos explicaba hábilmente la geología que se mostraba tan espectacular ante nuestros ávidos ojos.

José Antonio Rodríguez, quien a partir de ese viaje se constituyó en mi mejor amigo, hacía gala de un finísimo humor y nos mantenía entretenidos y en permanente estado de risa. Este versado geólogo venezolano fue el causante de que a partir de entonces yo no pudiera prescindir de tener siempre muy a mano lápiz y papel para inmortalizar sus inigualables expresiones, dichos, giros idiomáticos, cuentos y chistes realmente ingeniosos.

El ameno grupo procuraba esforzadamente superar a mi amigo caraqueño en una competencia de chistes. A ratos el festivo ambiente contagiaba al chofer colombiano, “Fittipaldi”, bautizado así quién sabe por cuántas otras veloces pruebas de velocidad por esas carreteras, contrarrestando los efectos de su excesiva audacia en la conducción y logrando también abstraerlo de las lindas canciones de Marisela y Marco Antonio Solís y de los sentidos vallenatos que escuchaba en el equipo de música.

En el Jeep de más adelante (tantas veces “más atrás” por causa de nuestro Fittipaldi) viajaba el resto de los integrantes del curso, incluyendo al alegre geógrafo mexicano Álvaro “Manito” Palacio y a las dos únicas mujeres, con la dulzura y la simpatía siempre a flor de piel: Isabel (Nicaragua) y Patricia (Argentina), que merecen un capítulo especial.

En este viaje no estuvo presente mi paisano Ivo Kovacic, otro de los geógrafos participantes del curso, quien por esos días se encontraba entregado a un asunto geográfico realmente muy serio y profundo, que absorbía todas sus energías y sus preocupaciones, y que respondía al geomorfológico nombre de ……….“Claudia”. (Bueno, Ivo, todos entendíamos tu nostalgia y te apoyamos cuanto pudimos en eso. Recordarás también que en beneficio directo de tu bella chilena, los integrantes del Grupo de la OEA nos hicimos durante tres meses el propósito de mantener a raya a las lindas y simpáticas colombianas que te hacían “cambios de luces”). Con ocasión de la mencionada “escapadita” de mi paisano, yo intercedí por él y procuré ser muy convincente en mis explicaciones a Alberto “Pepe Antártico” (este es un chiste chileno entre Ivo y yo) en Manizales, donde al cabo de unos días se reintegró al grupo….. bastante cansado y despistado……………je, je, je!!!

Pero Ivo sí nos había acompañado en otra jornada de terreno un mes antes; y en ella se hizo célebre al viajar de copiloto de nuestro “Fittipaldi” y darle la instrucción precisa ( “¡¡Tírate nomás!!! ”) para que en cierto sinuoso tramo de la misma carretera a Honda adelantara con confianza, con el resultado que apenas alcanzamos a pasar entre el precipicio hacia el Magdalena a nuestra izquierda, el autobús que adelantábamos a nuestra derecha, y el enorme camión (“Tractomula”) que apareció en la curva y que se nos venía directamente encima enfrentándonos a una velocidad impresionante………

¡¡¡Si el Jeep hubiera tenido una capa más de pintura ……. usted no estaría visitando este BLOG !!!!!!!!!

Lívidos y sin habla, seguimos, y un kilómetro más abajo le palmoteé la espalda al “ingeniero de vuelo” al tiempo que le advertía: “Va una, Ivo!!” (haciendo alusión al único pero excelente chiste que yo había hecho participar en la primera versión de la mencionada competencia interna, sólo 15 minutos antes….**). Luego José Antonio extrajo de su inagotable repertorio uno de sus cuentos más apropiados a la ocasión, y al llegar a Honda ya todo había pasado a la categoría de anécdota.

¿Fue ese ambiente? ¿Fueron esos amigos? ¿Fue la música que siempre escuchábamos? ¿O fue sólo el subyugante paisaje? O, más probablemente, ¿la exquisita mezcla de todo aquello?
Lo cierto es que jamás podré olvidar ese viaje a Manizales……..


** Para una versión completa del chiste, diríjase al autor (crojas@uach.cl)


EL VALLE DEL CAUCA Y DOS INOLVIDABLES AMIGAS

El valle del Cauca es otro de esos paisajes colombianos imposibles de olvidar. Recorrerlo desde Manizales hasta Cali junto a 4 compañeros del curso, luego de una larga noche de estrecha confraternidad latinoamericana, implicó unas 4 o 5 horas de viaje por una muy buena carretera y a través de un paisaje realmente lindo, atravesando tierras de cultivo y de ganadería con un vehículo contratado para tal efecto. Pasamos por la periferia de ciudades que muchos me habían recomendado conocer (Pereira, Cartago, Armenia), visita que he debido postergar hasta algún próximo viaje a Colombia. Varias ciudades más chicas y pintorescos pueblitos de nombres sonoros y alegres nos vieron pasar. En algunos nos detuvimos a descansar y a tomar un refrigerio. Ya en las cercanías de Cali, y estando en el corazón del valle del río Cauca (creo que por Buga o Palmira), no pude sino recordar la novela más romántica que leí en mi adolescencia: María, de Jorge Isaacs.

Mientras a través de la ventanilla lateral delantera yo efectuaba una “cacería” de imágenes a altas velocidades de obturador con mi VIVITAR, en el asiento trasero se dormitaban los efectos de la animada y larga noche de rumba y confraternidad latinoamericana. A mi lado, el geógrafo mexicano Alvaro “Manito” Palacio también rendía su habitual alegría al sueño. Si yo no los acompañaba en el descanso era sólo porque las ansias de devorarme ese paisaje fascinante eran superiores a mi sueño.

Mi ilustre amigo caraqueño, sentado privilegiadamente entre las dos chicas, despertaba de vez en cuando y soltaba un chiste rápido, uno de sus célebres cuentos cortos, o una exclamación ingeniosa y divertida, y caía luego nuevamente en los brazos de Morfeo (…….. bueno, a veces caía en los hombros de Patricia o Isabel, y viceversa).

Isabel Siria Castillo es una morena alta y alegre, una nicaragüense que me tocó en suerte tener como amiga en el juego aquel del “amigo secreto” que se nos ocurrió practicar durante unas semanas en el Instituto Geográfico con motivo del Día de la amistad, que allá se celebra en septiembre. Isabel nunca supo cómo fue que descubrí que era mi amiga secreta…. pero mientras duró el jueguito aquel, y antes que la descubriera atando cabos por aquí y por allá, me mantuvo siempre con la curiosidad de saber quién era la que me enviaba con fieles emisarios (as) misteriosas notas con mensajes alegres, optimistas y hasta elogiosos hacia mi persona, y galletas y “ponqués” a la hora del infaltable café tinto o perico durante los recreos. Al despedirnos en Bogotá durante la ceremonia de clausura del curso, con el último abrazo le susurré al oído que yo había descubierto que era ella la misteriosa persona aquella, y que la linda camisa que fue su regalo final la conservaría con los más hermosos recuerdos. Sus enormes ojos sonrieron, aún durante la emoción del adiós; no me dijo nada, pero con su contagiosa risa lo admitió. En Colombia Isabel siempre estaba añorando a su adorado Mijail, y siempre nos hablaba de él, pero compartía generosamente su alegría de vivir con todos, y era la más entusiasta en participar en todo aquello que organizamos durante esos meses.

Patricia Morrell, una marplatense singular, poseedora de una silenciosa ternura, prodigaba amistad sincera desde la quietud de su persona. En ese tiempo me llamaba la atención su sorprendente y genuina sencillez. Casi se diría que debía esforzarse mucho si hubiese querido llamar la atención. Con el transcurso del tiempo fue forjándose en nosotros el convencimiento de que su callada dulzura y bondad era una de las más importantes razones que mantenían la magnífica y evidente cohesión del grupo. Y en los años transcurridos desde entonces he sido privilegiado con su amistad a toda prueba. Mi amiga argentina fue pieza clave en mi postgrado, ya que cuando los problemas personales, el agotamiento físico y emocional, y ciertas decepciones vitales hacían peligrar seriamente su término, desde la costa Atlántica se encargó de animarme y enseñarme soluciones, en una comunicación fluida y emotiva, que culminó con un ansiado reencuentro en Mar del Plata en septiembre de 2002, y otro más un año más tarde.

Siempre recordaré una conversación que sostuvimos con Patricia, Isabel, Álvaro y José Antonio en la Terminal Rodoviaria de Cali. Comenzamos entonces a vislumbrar lo que sería la despedida al finalizar el curso un mes después, cada uno retornando a su respectivo país, después de esos meses en que compartimos diariamente tantas horas de estudio y esfuerzo, pero también muchas horas de distracción y de cultivar una hermosa amistad. Miraba a mis queridos amigos. Todos pensábamos en lo mismo. Observé a Patricia y vi en sus ojos algo muy parecido a una angustia anticipada, y una pregunta silenciosa que se suponía yo debía saber responder, ya que había pasado por esa experiencia durante mi anterior estadía en Colombia. Pero no la pude contestar, porque yo mismo no había alcanzado todavía a reponerme de la despedida de dos años atrás en esa misma hermosa tierra………..





COLOMBIA ES DIFERENTE


¡Sí! …….¡Colombia es diferente! Diferente en muchos aspectos a mi país. Y esas diferencias no son solamente geográficas, las que por lo demás debieran ser evidentes para cualquier persona medianamente culta. Pero hay otras diferencias que hacen de Colombia un país encantador también en esos aspectos… ¿Y cuáles son entonces esas diferencias? ¡Muchas! Y voy a mencionar sólo algunas de las que se me vienen a la mente en esta tarde… Hay en Colombia una manera de hablar nuestro idioma, una manera correcta, agradable y respetuosa, un estilo con variantes regionales pero que mantiene en todas partes un acento único en Sudamérica, que resulta sumamente grato al oído y que invita seductoramente a adentrarse en la riquísima cultura colombiana. El ciudadano medio de Colombia es un ciudadano muy educado, lo cual se refleja por ejemplo en una amplia cosmovisión y en la posibilidad de mantener con una adecuada base de conocimientos una conversación sobre múltiples temas. Cuando pienso en ello no puedo evitar sentir que en mi país estamos lejos de alcanzar ese nivel, pues de partida se empieza tropezando con el limitadísimo vocabulario que maneja especial pero no exclusivamente la juventud y con un marcadísimo lenguaje coprolálico y vulgar que traspasa todos los niveles sociales y educacionales. Hay aspectos comunes y corrientes, domésticos podría decirse, en que se muestra la cultura ciudadana de los colombianos. Mencionaré un solo ejemplo: he visto más respeto por las personas mayores y por los ancianos en Colombia que en Chile. Caminando por las calles de mi ciudad, todos los días puedo ver cómo niños (as) y jóvenes no sólo son indiferentes al paso de ancianos por las aceras (andenes), sino que muchas veces llegan incluso a atropellarlos cuando se enfrentan a ellos al caminar en sentido contrario. Esa actitud demuestra rasgos de una personalidad insensible, avasalladora y prepotente que se está haciendo muy usual en la juventud chilena y que en lo personal me avergüenza y decepciona en extremo. Al caminar en Bogotá, Medellín, Cali, Manizales, Ibagué, Bucaramanga, Pasto, Popayán……. puede uno percibir el buen gusto de arquitectos, urbanistas y paisajistas que hacen de sus calles algo que es mucho más (y mejor) que simplemente rutas eficientes para el desplazamiento de automóviles. Los peatones y ciclistas están absolutamente considerados e integrados en el diseño paisajístico y en la infraestructura urbana. Y el colorido de los edificios es sólo un signo más de algo que yo denomino el ”buen gusto“, y que me resulta difícil de explicar pero fácil de describir. Algo tan simple como el ladrillo es empleado en la construcción de edificios en Colombia con una delicadeza y unas finas terminaciones que no termino de alabar y que no consiguen cansar mi vista por extendido que esté su uso en todas partes. Si entra usted a una tienda o a un restaurante, percibirá un ejemplo de lo que debe ser un trato amable, respetuoso y útil para el cliente. Y para que no se me critique el que ese trato puede ser sólo para los extranjeros, sugiero que en alguna visita a una tienda colombiana se limite usted a observar y escuchar en silencio, tratando de pasar desapercibido y verá usted cómo es algo innato, algo generalizado, algo afortunadamente muy arraigado. Esa manera de ser atendido no puede sino recordarme el desgano y el descaro con que en Chile solemos espantar a los turistas. ¿Hay o no hay diferencias?


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